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Entró en la ducha.
El agua recorría su cuerpo, desde la cabeza
hasta los pies, para acabar en el desagüe.
Cada gota tenía la función de limpiar.
En un instante, escuchó algo, detuvo el transcurrir del agua.
Su reflejo miró a través de la mampara, inquieto,
sin saber muy bien lo que sentir.
Lo que escuchaba no le gustaba, venía de dentro.
Salió y se arropó en la toalla. Y allí se quedo. Paralizada.
Esta vez, nada surcaba su mar. Era una inmensidad de vacío.
Mirándose los pies.
Esperando la muerte, la muerte de sus pensamientos.
Quiso encontrarse y no puedo.
Quizás mañana.